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Juana nació en el siglo XV, concretamente en
el año 1412 en una pequeña población llamada Domremy. Su infancia
transcurrió en las tareas del cuidado del rebaño familiar y en la
asistencia a su madre en las tareas del hogar. Era una sensible y buena
criatura, a la que todos querían, en especial los desdichados y
necesitados, a quién nunca dejó de atender y socorrer.
Ya desde pequeña, se le aprecia una gravedad y
responsabilidad impropias de una niña. Según describe León Denis en su
obra Juana de Arco, médium, ya se adivinaba en ella la encarnación de un
Espíritu superior: “Ya se reconoce en ella un alma extraordinaria, una
de esas almas apasionadas y profundas que descienden a la Tierra para
cumplir una gran misión. Misteriosa influencia la envuelve, hay voces
que a los oídos y al corazón le hablan, seres invisibles que la inspiran
y dirigen todos sus actos, sus pasos todos. “
A
los 17 años, en una jornada estival, al mediodía, Juana tiene su
primera visión. A esa hora del día se hallaba orando junto al jardín, al
lado de la casa de su padre, cerca de la iglesia, cuando oyó una voz
que le decía: “Juana, hija de Dios, sé buena y prudente, frecuenta la
iglesia y pon tu confianza en el Señor”. Sintió miedo. Pero, al dirigir
su mirada en la dirección de donde provenía la voz, vio un rostro muy
bello, en medio de una deslumbrante claridad, que expresaba a la par
fuerza y dulzura. A partir de entonces comenzaría para ella una relación
muy frecuente con los Espíritus encargados de hacerla cumplir su
misión.
Un día, el arcángel San Miguel y las santas que le acompañaban, Santa
Margarita y Santa Catalina, le hablan de la mala situación en que el
país se halla. Le dicen que debe acudir en auxilio del delfín, con
objeto de que recupere su reino. La primera reacción de Juana es
negarse: “Soy una pobre muchacha que no sabe montar a caballo y mucho
menos luchar”. “No te preocupes, hija de Dios, que yo seré tu ayuda” -
le responde la voz.
Según la historia, Francia, Inglaterra y la propia Europa hubiesen
tenido un camino muy distinto si Juana de Arco, no hubiese oído las
Voces del cielo que la inspiraron a animar a las tropas de Carlos VII,
totalmente desmoralizadas en aquel tiempo, para comandarlas y levantar
el asedio de Orleáns, donde sería coronado el rey de Francia el 17 de
Julio de 1429.
Años antes de esto, Carlos VII de Francia (1422-1461), había vivido
el período más crítico aunque favorable para sus intereses de la Guerra
de los Cien Años (1337-1453), perdiendo, antes de su victoria
definitiva, sus territorios en la batalla contra los ingleses, que se
habían aliado a los duques de Borgoña.
Dejando de lado el aspecto histórico referente a la guerra, como en
los casos anteriores que ya hemos visto de Don Bosco y José Smith, lo
que más nos interesa ahora son las capacidades mediúmnicas de Juana de
Arco y las relaciones que tuvo con los que ella llamaba los Santos
Espíritus.
De nuevo, y citando al gran maestro León Denis en su obra Juana de
Arco, médium, éste hace un análisis magistral de la verdadera identidad
de los seres que inspiraban a Juana “¿Quiénes eran las personalidades
invisibles que inspiraban a Juana y la dirigían? ¿Por qué santos,
ángeles y arcángeles? ¿Qué debemos pensar de la continua intervención de
San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita? Para resolver este
problema habría que analizar en primer término la psicología de los
videntes y sensitivos, y comprender la necesidad en que se hallan de
atribuir a las manifestaciones del Más Allá las formas, nombres y
apariencias que les sugieren tanto la educación recibida y los influjos
experimentados como las creencias del medio y la época en que viven.
Juana de Arco no escapaba a esta ley. Para traducir sus percepciones
psíquicas se valía de los términos, expresiones e imágenes que le eran
familiares: tal lo que han hecho (y siguen haciendo) los médiums de
todos los tiempos.
Según los ambientes, se da a los moradores del mundo oculto los
nombres de dioses, genios, ángeles o demonios, espíritus, etcétera. Las
mismas inteligencias invisibles que claramente intervienen en la obra
humana se hallan en la precisión de entrar en la mentalidad de los
sujetos en que se manifiestan, sirviéndose de las formas y nombres de
seres ilustres que dichos sujetos conozcan, a fin de impresionarlos,
inspirarles confianza y prepararlos mejor para el papel que se les
asigna. Sabemos que en el Más Allá no dan tanta importancia como
nosotros a los nombres y personalidades.
Este razonamiento sobre la verdadera identidad de los Espíritus,
también lo encontramos en El Libro de los Médiums, donde Allan Kardec
nos dice en el capítulo XXIV; cuestión n°- 256: ‘A medida que los
Espíritus se purifican y se elevan en la jerarquía, los caracteres
distintivos de su personalidad se borran de cierto modo en la
uniformidad de perfección y, sin embargo, no dejan de conservar su
individualidad; esto tiene lugar en los Espíritus superiores y en los
Espíritus puros. En esta posición, el nombre que tenían en la Tierra, en
una de las mil existencias corporales efímeras por las cuáles pasaron,
es una cosa enteramente insignificante (…) pero como necesitamos nombres
para fijar nuestras ideas, pueden tomar el de un personaje conocido,
cuya naturaleza se identifica del mejor modo con la suya; por esto
nuestros ángeles guardianes se dan a conocer muy a menudo con el nombre
de uno de los santos que nosotros veneramos y generalmente con el de
aquel por quien tenemos más simpatía.
Por último, sigo citando esta extraordinaria obra de Denis sobre la
Heroína de Francia, pues su testimonio confirma totalmente la tesis
defendida en este libro: “Si los nombres atribuidos a los poderes
invisibles que en la vida de Juana de Arco influyeron no tienen sino
relativa importancia y son en sí muy discutibles, todo lo contrario
pasa, conforme hemos visto, con la realidad objetiva de tales poderes y
la acción constante que sobre la Heroína ejercieron (…) Con las más
variadas denominaciones tornamos a hallar esos poderes en épocas muy
diferentes. Pero, sea cual fuere el nombre que se les de, su
intervención en la historia no ofrece lugar a dudas. ”
Hecha prisionera por los ingleses, fue acusada de brujería por un
tribunal de la Santa Inquisición. Por ello fue condenada y quemada viva
en Rouen, el 30 de Mayo de 1431. El proceso se revisó veinticinco años
más tarde y hubieron de transcurrir otros cuatrocientos noventa desde su
muerte para que fuera declarada santa y protectora de su patria.
Durante el juicio les diría a sus acusadores:
-”He venido de parte
de Dios y nada tengo que hacer aquí. Dejad que me juzgue Dios, del que
vine… Jamás cometí pecado, porque en tal caso mis voces me lo hubieran
reprochado, mis Espíritus me hubiesen desamparado…”
Los fenómenos de audición, visión y premonición que acompañaron a
Juana de Arco en casi toda su vida fueron el claro exponente de la
mediumnidad de videncia, audición e intuición que poseía. Las voces que
la orientaron y asistieron en los graves y decisivos momentos de su vida
no eran otras que las de sus Espíritus Guías y Protectores.
Información extraída del libro “Mediumnismo y Espiritismo” Juan Luis Sánchez